La recientes inundaciones, que afectan fundamentalmente pero no exclusivamente a la provincia de Buenos Aires, sacaron a flote un problema recursivo de nuestro país: el déficit de inversión en obras de infraestructura.
Muchos recurrieron a la expresión de la “sábana corta”, si el gobierno destina recursos a determinadas actividades los detrae o no los puede destinar a otra.
En rigor, esta quizá no sea estrictamente la imagen más feliz para utilizar porque los recursos siempre son escasos, SIEMPRE que los asignamos a determinada actividad los detraemos de otra. Eso le pasa a cualquier individuo, familia o empresa.
Cuando el “sujeto” que analizamos es el Estado, este efecto se potencia pues no sólo los recursos son escasos sino que ni siquiera son propios. El Estado se financia con impuestos, que por su propia concepción son obligatorios. El Estado nos “impone” a los distintos sujetos obligaciones monetarias para que solventemos sus actividades.
Hay impuestos menos ineficientes o más eficientes, pero todos son distorsivos. Nadie los pagaría voluntariamente. Los impuestos distorsionan lo que cada uno haría con su plata. Los impuestos no surgen naturalmente de una transacción voluntaria entre partes. Las sociedades se imponen a sí mismas la obligación de pagar impuestos pues esa es la forma más efectiva de financiar los bienes públicos, de corregir ciertas externalidades y otras fallas de mercado. Sin impuestos no existiría el Estado y con ello la sociedad tal como la concebimos. Si se quiere son un mal necesario, indispensable.
¿Qué hace el Estado con los fondos que compulsivamente obtiene de las personas físicas o jurídicas? Esa es la discusión que salió a la luz a raíz de la falta de inversión en obras hídricas.
¿El Estado no hizo las inversiones por falta de fondos o porque teniendo los recursos los asignó a otras cuestiones? Podríamos citar muchos ejemplos, pero me voy a concentrar sólo en algunos que me parecen por demás ilustrativos.
El sistema mayorista eléctrico (la generación propiamente dicha más su transporte y excluyendo la distribución) requiere para funcionar aproximadamente $9.000 millones por mes. Se recaudan de los consumidores menos de $1.000 millones y el resto lo cubre el Estado con fondos de la Nación.
Más del 90% del costo mayorista de la energía es subsidiado por el Estado. ¿Es necesario semejante nivel de subsidios? Cuesta creer que la demanda de energía eléctrica no esté en condiciones de afrontar ni siquiera el 10% de su costo a nivel mayorista. Una cosa es subsidiar a quienes menos recursos tienen y otra muy distinta es subsidiar generalizadamente a casi todos los consumidores.
Desde el año 2008 hasta el 2014 se destinaron $7.500 millones para un programa de subsidios a las garrafas cuyo beneficio mayoritariamente no llegó a los consumidores. El programa intentaba que todas las garrafas de 10 kgs se vendieran a $16, independientemente del lugar donde se compraban. El Estado pagó los subsidios “como sí” efectivamente todas las garrafas se vendieran al precio establecido. ¿Cuántas obras hídricas se podrían haber hecho con los fondos que se dilapidaron?
Veamos el caso de Aerolíneas Argentinas. ¿Está mal que “pierda plata”? No necesariamente. El problema es que más de 2/3 de las pérdidas las generan los vuelos al exterior. ¿Quién viaja al exterior? Una cosa es tener una Aerolínea que una todas las capitales de provincia o conecte puntos neurálgicos del país, y otra es subsidiar los viajes de los sectores de recursos medios y altos al exterior.
¿Qué tiene que ver todo esto con las inundaciones? Los fondos que innecesariamente destinamos a subsidiar a quienes no lo necesitan no los podemos utilizar en hacer obras hídricas.
¿Qué es más relevante, subsidiar la energía que consumen “los ricos” o hacer obras para tratar de evitar que “los pobres” pierdan sus casas?
¿Qué tiene mayor impacto sobre la economía, subsidiar los viajes al exterior de los sectores de mayores ingresos o evitar inundaciones que le hacen perder miles de millones de pesos al agro, el sector más competitivo de nuestra economía?
Quizás estas inundaciones saquen a la superficie una frase que muchos economistas tuvimos la suerte de aprender en la facultad: podemos diseñar distintas políticas económicas o sectoriales, lo que nunca podremos hacer es evitar las consecuencias de nuestros propios actos.