Por estos días se cumplieron los 20 años de la muerte de Don Arturo Frondizi. Yo nací en 1971 con lo cual no viví su Presidencia, tengo por lo tanto la ventaja de no tener la carga emotiva de haber estado involucrado en esa coyuntura pero a la vez tengo la desventaja de conocer su presidencia por los libros de historia.
Para algunos, Fondizi fue el mejor Presidente argentino del siglo XX, para otros fue un hombre de izquierda “peligrosamente” cercano al Che Guevara y la revolución cubana, para otros un “entreguista” en función de los contratos petroleros que impulsó en su época.
Es al menos curioso analizar las críticas que recibió Arturo Frondizi ¿Puede una persona con un supuesto perfil “cuasi comunista” impulsar los tan controvertidos contratos petroleros? Bueno o malo, Frondizi nunca pudo ser seriamente ambas cosas a la vez.
Con el beneficio que me da el paso del tiempo bien podríamos decir que Frondizi creía en un desarrollismo donde el Estado cumplía un rol central pero no era el único actor. De ahí los incentivos que dio a las inversiones directas privadas en muchos rubros de la economía. No creo que le quede bien el rótulo de “desarrollista de mercado” pero también seria injusto rotularlo como “desarrollista estatista”. Quizás lo más justo sería algo así como “desarrollista con perfil capitalista”.
Más allá de las etiquetas, que son siempre odiosas, no podemos ignorar su visión de estadista. Posiblemente fue el mandatario americano que mejor interpretó las ideas de Kennedy. A la distancia hoy cobra muchísimo valor su oposición a que Cuba fuera aislada de América. Si los Estados Americanos hubieran “abrazado” a Cuba en lugar de excluirla, muchas penurias se hubieran evitado nuestros hermanos cubanos.
Curiosamente sobre los 20 años de la muerte de Frondizi, se realizó la cumbre en la cual frente a otros mandatarios americanos, Obama y Castro sellaron un nuevo camino. Enorme guiño cómplice de la historia hacia Don Arturo Frondizi. Lástima que la Presidenta, que eligió abrazarse a la historia en lugar de mirar al futuro, no reparara que justamente esa historia hubiera sido distinta si Fondizi hubiera sido bien interpretado.
No aspiro a presentar a Fondizi como el mejor de todos, ni olvidar sus defectos. Pretendo algo mucho mas humilde. Sólo aspiro a plantearnos: ¿Qué aprendimos de él? La historia de los contratos petroleros nos puede servir de ejemplo.
Frondizi logró con los contratos petroleros que Argentina lograra su autoabastecimiento. Fueron muy criticados dichos contratos y tiempo después fueron derogados. ¿Eran tan malos esos contratos? Con el beneficio que nos da el paso del tiempo podríamos decir que no, que no eran nada distinto que otros contratos petroleros contemporáneos o que luego tuvieron lugar. Pero no tenían el consenso de la sociedad. La mejor política pública, sin consenso social esta condenada al fracaso.
¿Logramos desarrollar una política energética que reuniera consenso social luego de la experiencia de esos contratos tan polémicos? La respuesta es no. Las idas y vueltas han sido una constante. No estamos recorriendo el camino de la prueba y el error, simplemente hace muchos años que no logramos tener un rumbo definido en materia energética. No cambiamos capitalizando las experiencias previas, cambiamos simplemente como reacción espasmódica a los desafíos que se nos presentan sin terminar de definir un perfil propio perdurable.
La comparación de los contratos de Frondizi con los que actualmente a duras penas está consiguiendo YPF se cae de maduro. ¿Es bueno o malo el acuerdo con Chevron y otros similares?. Difícil saberlo porque la Presidenta de la Nación y el directorio de YPF decidieron no hacerlos públicos.
¿Qué consenso a futuro pueden tener contratos que se firman a espaldas de los ciudadanos? Es tan cierto que YPF es una sociedad anónima como que el 51% de las acciones es de ciudadanos argentinos. ¿Puede alguien comprometer el patrimonio de los argentinos, para bien o para mal, sin que los argentinos conozcamos los términos de ese compromiso? La respuesta en una democracia, republicana y federal es bastante obvia.
YPF bajo la actual conducción inventó la idea que existen contratos “confidenciales”. Ningún contrato que firma un empresa cuyo accionista mayoritario es el Estado puede ser confidencial. Los contratos podrán tener cláusulas de confidencialidad o cláusulas confidenciales, pero nunca todo el contrato puede ser confidencial.
¿Qué pasaría si los ciudadanos cuando conozcan el contrato no están de acuerdo con sus términos? ¿Qué tipo de legitimidad tendrían? ¿Le sirve realmente a los potenciales inversores firmar contratos confidenciales?.
Ni hubo una lluvia de contratos al estilo Chevron, ni hubo una fuerte corriente de inversiones. Todos están esperando que cambie el gobierno para invertir en serio. ¿Por qué esperan si ya tienen los contratos? Porque los papeles no legitiman una política. Los documentos firmados sirven para un juicio futuro pero no garantizan el éxito de una política pública, y mucho menos de una política energética.
Las inversiones en serio van a llegar cuando el contexto macro acompañe, cuando las condiciones sectoriales acompañen y cuando los inversores perciban que en el tiempo las condiciones se mantendrán. ¿Quién le puede garantizar algo a un inversor en base a un contrato que compromete el patrimonio del Estado pero se firma a escondidas de los ciudadanos?
La experiencia de los contratos de Frondizi nos demostró, por lo menos, que las políticas sectoriales tienen que tener un nivel mínimo de consenso para perpetuarse en el tiempo. La obsesión actual de YPF por ocultarle a los ciudadanos los contratos petroleros me hace pensar que no aprendimos nada de Frondizi.