La riqueza en minerales y petróleo que América Latina posee y que en gran medida explica la década de auge económico vivida (gracias a los precios elevados del mercado de commodities y no a la habilidad política de los denominados socialistas del siglo XXI) pueden maquillar ineficiencias y generar confusión en la sociedad.
En Argentina es común oir a los defensores de las políticas del gobierno que creen que la pericia de gestión permitió que el país se recuperara de su grave crisis en 2001/2002, cuando el PIB perdió casi un cuarto, la moneda se depreció 200% en semanas y el gobierno declaró la cesación de pagos. Argentina vivió un empobrecimiento total, sus costos en dólares se derrumbaron y paralelamente el mercado de commodities empezó a subir de precio, al punto de que el principal producto de exportación, la soja, triplicó su valor en dólares. La cuenta fue simple: depreciación cambiaría + aumento de precios en dólares de productos exportados: dinero para todos y todas.
Venezuela vivió algo similar. Hugo Chávez tal vez se hubiera ido tras su primer mandato si George W. Bush no atacaba Irak en 2003 y provocaba en los mercados una disparada de precios del petróleo de u$s22 a u$s70 en un lapso corto. El único producto de exportación venezolano, y encima de una petrolera estatal, convirtió a Chávez en el mito que es hoy, mientras que Nicolás Maduro recorre el camino inverso: una caída del petróleo de u$s140 a u$s60.
Lo cierto es que en América Latina, en el mercado del petróleo también se distorsionó la percepción de la sociedad. Argentina celebró la estatización de YPF como un “logro para toda la sociedad”. A dos años de esa “gesta”, el precio del combustible de Argentina se posiciona entre los más caros en dólares de Sudamérica… claro, cuando REPSOL era accionista principal de YPF, el gobierno argentino tenía congelados los precios del litro de combustible.
Petrobras es otro caso interesante en Brasil. Su capitalización de mercado es hoy casi 50% menor a lo que era hace cinco años. Como bien recuerda este artículo, en 2010, los descubrimientos de petróleo en la costa brasileña llevaron a políticos y opinólogos a pronosticar que el país se convertiría en pocos años en el primer productor mundial, por encima de Arabia Saudita.
Hoy, el monopolio estatal petrolero brasileño enfrenta un escándalo de sobornos y sobreprecios sin precedentes. Petrobras no ha logrado incrementar su producción más allá del 10%, y los u$s70.000 millones recaudados tras los descubrimientos en el pre-sal de la costa, la agencia Bloomberg calcula que u$s40.000 millones se destinaron a bajar el precio de los combustibles de manera artificial.
México es uno de los países con una riqueza petrolera inmensa. En 2006 era el 6ª productor mundial, hoy ocupa el puesto número 10. Su empresa petrolera PEMEX tiene un pasivo infinito, casi imposible de abordar como consecuencia de las políticas estatales de la compañía, colmada de miles y miles de empleados, que si debieran “optimizarla”, como se dice popularmente a la hora de achicar personal, el costo de los juicios por indemnizaciones se estima en unos u$s50.000 millones.
El caso de Venezuela es emblemático: el monopolio estatal PDVSA produce en 2015 menos petróleo que años atrás. Para este año se espera una producción diaria de 2,3 millones de barriles, en cambio, en el 2000, cuando llegaba el flamante socialismo del Siglo XXI, la producción diaria era de 3,4 millones de barriles.
En cambio, EEUU pasó a ser el segundo productor mundial de petróleo. La pregunta es: ¿dónde está el monopolio estatal del crudo? ¿Cuál es la empresa “dominante” o la que tiene la concesión de áreas estratégicas? ¿Acaso Shell es una compañía estatal o amiga del gobierno de Obama para ganar áreas en Alaska?
La conclusión es simple. Los monopolios estatales del estilo Pemex, Petrobras, PDVSA e YPF no mejoran ni la producción, ni la eficiencia en el mediano plazo, por el contrario, las noticias siempre hablan de caída de producción, corrupción y sobreprecios. No lo dice la escuela liberal, sino los datos.