A la sociedad le gusta el libre mercado cuando los precios son bajos, pero defiende el intervencionismo cuando son altos. Y los argentinos tenemos una larga “trayectoria” de mostrarnos amigos del capitalismo cuando nos va bien, pero profundamente socialistas cuando nos va mal, en pocas palabras, las ganancias son individuales, las pérdidas se socializan.
Y es lo que ahora ocurre con el precio de los combustibles. En breve, se autorizará el 7º aumento en lo que va del año, más de 200% desde que se estatizó YPF. No nos gusta que la nafta aumente porque nos habían dicho que si YPF era “para todos los argentinos”, tendríamos combustibles a los precios de Venezuela, donde un litro cuesta menos que el agua.
Pero las reglas son las reglas, y hay que recordar siempre que la “malvada” Repsol no podía aumentar el precio de los combustibles y debía vender el barril de petróleo a u$s48, cuando en el mercado internacional estaba u$s80. Mágicamente, la estatizada YPF recupera la capacidad de subir los precios de los combustibles “porque el valor internacional del petróleo está en niveles récord”.
Tras la distorsión que provocó que las petroleras dejaran de explorar ante la priorización del mercado local, con un valor fijado por decreto de u$s48 el barril, resulta difícil invertir capital cuando las tasas de inflación se incrementan, las paritarias establecen buenos salarios para los trabajadores de la industria, pero el resultado de vender cada barril se liquida a un dólar oficial con tipo de cambio fuertemente retrasado.
Ahora, los errores del gobierno de los últimos años, único y absoluto responsable de la crisis energética, se quieren recomponer con una distorsión nueva: el barril de petróleo a u$s77 para alentar la producción, meta obsesiva de la gestión de Cristina Kirchner para lograr reducir la necesidad de importar combustible.
La misma lógica se emplea para el gas, que aumentó en boca de pozo para estimular la producción. Allí, YPF; GyP y Enargas trabajan a destajo, porque reducir los barcos de GNL es menos peso para las menguadas arcas del Banco Central, donde los dólares empiezan a escasear.
Aunque desde la concepción de libre competencia y apertura económica, la más sana para garantizar la competencia, esta decisión parece la única posible en el corto plazo para lograr que los barriles de petróleo y los gasoductos lleven producción local, porque eso implica achicar gastos por importación.
Lo cierto es que estas medidas no modifican el trasfondo de lo que Argentina necesita: miles de millones de dólares en inversión para conseguir el autoabastecimiento y la capacidad de exportar energía. Las empresas que deben llegar al país y los montos necesarios para que el shale de Vaca Muerta sea un boom y la cuenca petrolera convencional se desarrolle con más fuerza, necesitan otras variables que el país no ofrece, como un contexto sin inflación y cuentas macroeconómicas más claras y confiables.