Una de las particularidades que más me sorprenden en América Latina es el amor por el estatismo de la sociedad, que luego se queja de los aumentos de los impuestos o de la inflación.
Sorprende oir a personas comunes decir que “sienten orgullo” porque “recuperamos” nuestra empresa petrolera o tenemos una aerolínea estatal. El orgullo se aplaca cuando llegan los ajustes: los impuestos aumentan, los combustibles también, al final no son tantos los que viajan a Miami o Europa. Parece que algo afectara el cerebro de los seres humanos que no logran relacionar el estatismo con los altos índices de inflación o la asfixiante presión impositiva.
Días pasados, los trabajadores petroleros de Brasil anunciaron la convocatoria a un paro para reclamar, entre otras cosas, que Petrobras sea 100% estatal, monopólica y completamente volcada al mercado interno, con pedidos tales como prácticamente expulsar toda competencia, de tal manera que más y más trabajadores puedan ser parte de la compañía brasileña.
Los mismos trabajadores fueron testigos del más grande caso de corrupción de la historia de esa empresa que involucró a altos funcionarios y ejecutivos, todos bajo la “distraída” mirada del gobierno de Lula Da Silva y Dilma Rousseff.
En Argentina se “celebra” la YPF estatal, sin embargo, el combustible aumentó más de 200% desde la estatización, y los balances de la compañía tienen un alto componente de subsidios que explican las ganancias.
En una entrevista al CEO de GyP, Alberto Saggese, el ejecutivo explicaba que una empresa grande como YPF, que es dueña del 40% de los recursos hidrocarburíferos de Neuquén, nunca podrá lograr un auge energético por sí misma, debido a las monumentales necesidades de financiamiento que se requieren para la actividad.
El informe del IAPG decía días pasados que se necesitan unos u$s40.000 millones para conseguir que el shale gas llegue a los hogares. El ejecutivo de GyP se preguntaba: ¿puede YPF conseguir inversiones por u$s50.000 millones al año? Definitivamente no.
La historia nos demuestra que los monopolios estatales como Pemex en México o Petrobras en Brasil, aún con gestiones y gerenciamiento muy profesionales, tienen un alto costo de improductividad por efecto mismo de la intervención estatal, que no mide la eficiencia con los mismos estándares del sector privado.
Tal vez, argentinos, mexicanos y brasieños, tan afectos al estatismo, deberían analizar el resultado de PDVSA en Venezuela y su desastrosa gestión.
En los EEUU, el boom del shale no fue hecho por empresas estatales, ni siquiera por las grandes petroleras; fueron decenas de inversores que reunieron fondos para financiar cada emprendimiento que concluyó con ese país encaminado a ser el primer productor mundial de crudo.
Aunque los argentinos sean la sociedad con los más altos índices "anti-EEUU", tal vez deberíamos pensar que llenar el tanque de combustible en ese país, en dólares cuesta un 40% menos que aquí, con la diferencia de que el ingreso per cápita de ellos es 5 veces más alto que el nuestro.