El Argentina Shale Gas & Oil Summit 2015 que se reaiizó en Buenos Aires dejó algunas conclusiones sobre la industria que para los que se desempeñan en el mercado energético no serán novedades, pero sí para el gran público que sólo ha oído hablar de “Vaca Muerta” y de “shale”.
El primer gran punto es que la tecnología y la innovación que hoy nos permiten la instantaneidad de la comunicación y que nuestros teléfonos sean terminales inteligentes, nuestros autos puedan estacionar solos y Google ya salga a probar vehículos sin conductor por las calles de Mountain View, también llegó al mercado energético y Argentina está en condiciones de ser una potencia global en esta materia por la enorme riqueza de la cuenca neuquina y de buena parte de la Patagonia.
Ya lo han dicho muchos de los expertos: Argentina es un país que tiene todavía mucho desarrollo convencional por explorar, y ese inmenso recurso de gas que mediante las explotaciones no convencionales como el fracking o el uso de las arenas para la extracción del tight gas nos permite no solamente garantizar el abastecimiento sino volver a exportar energía como el país lo hacía hasta 2007.
El segundo aspecto se resume en la frase de Bill Clinton, que el gobernador de Neuquén, Jorge Sapag, utilizó por lo menos en tres ocasiones: “Es la economía”.
Para desarrollar Vaca Muerta y para atraer los cientos de miles de millones que el mercado energético necesita para recuperar el autoabastecimiento (les recuerdo que la cuenta nos da u$s11.000 millones de déficit por necesidades de importación de gas y combustibles) se necesita una regulación clara, acotada y beneficiosa para los capitales.
Aunque a oídos de ciertos sectores “combatir el capital” genera votos, lo cierto es que esas políticas son las que nos condujeron al déficit energético, a los cortes de luz, a la falta de gas para las industrias, al multimillonario negocio de los generadores de electricidad con fuel oil venezolano, es decir, la sociedad que festeja las "patriadas" como no pagar las deudas contraídas voluntariamente por el país, es la que corta calles por falta de luz y no relaciona una cosa con la otra.
El tercer punto es el juego del Estado interventor y los sindicatos. Está claro que hay inversores interesados en el gran potencial que Argentina ofrece, pero algunas empresas con las que tuve oportunidad de dialogar se sorprenden de las condiciones extraordinarias que los sindicatos imponen para cualquier actividad en el mercado petrolero, algo que se llama “costo argentino” y consiste en otorgar “derechos” laborales suizos, impuestos de países nórdicos, salarios alemanes pero productividad y eficiencia del cuarto mundo.
Un pozo de shale en Argentina cuesta entre u$s8 y u$s12 millones, mientras que en EEUU ese costo baja a u$s5 millones (allí los salarios duplican a los argentinos con un costo de vida en dólares menor que el de la Patagonia).
El “costo argentino” es resultado del exceso de regulaciones, y como bien dijo uno de los expertos, cuando una Ley Nacional es clara y alienta las inversiones, las provincias acompañan, pero los municipios tienen autonomía para fijar sus tasas (Argentina está llena de tasas municipales a la telefonía celular, los combustibles, etc) y los sindicatos crean sus propias reglas.
La fórmula para compensar esas distorsiones que llevarían al inversor a buscar petróleo en Colombia, se compensan fijando un precio alto de los combustibles para el consumidor para lograr que el barril de petróleo se pague u$s77 o directamente se otorgue un subsidio de u$s5 para el gas, triplicando el valor de mercado para que llegue a u$s7,50, mientras que en EEUU cuesta u$s2,50.
Por eso, cuando los países aplauden el estatismo, luego deben comprender que las distorsiones ilógicas son consecuencia de esas políticas, a tal punto que cada argentino carga sobre sus espaldas el pago de las más altas tasas impositivas para que los inversores reciban un plus de rentabilidad que no sería necesario si los gobiernos no fueran tan dirigistas, reguladores y mercantilistas.