Argentina tiene la tradición de una sociedad de libre mercado cuando las cosas van bien, pero ultra proteccionista cuando todo se pone mal.
En las últimas semanas se han oído voces que cuestionan por qué el precio de las naftas no se ajusta a la baja, en sintonía con la caída de 45% en los precios del WTI, referencia para el mercado local.
Las mismas voces que ahora reclaman la "globalización" del precio, son las que exigieron un cierre total cuando el ciclo del petróleo marcaba un camino ascendente, y aplaudieron el proteccionismo del gobierno que fijó una regulación del precio "por decreto" de u$s83 por barril (aunque en el mercado internacional el precio superaba los u$s120).
Más allá de los debates ideológicos, hay un componente del ADN nacional que nos afecta: la tendencia histórica a la alta inflación.
Durante los últimos años, los consumidores argentinos se han beneficiado de precios bajos para los combustibles, como consecuencia de la política de subsidios que el gobierno implementó.
Desde 2007, las tasas de inflación fueron crecientes, mientras que el dólar se iba apreciando en pos de "mantener la competitividad". El gobierno reguló los precios de las naftas hasta convertir la producción en un proceso a pérdida para petroleras locales, mientras que YPF (ya nacionalizada) se beneficiaba de los subsidios y su posición dominante.
Empresas como Shell, obligadas a importar petróleo, han visto menguar sus utilidades, de tal manera que las inversiones locales se redujeron al mínimo.
Este cóctel construyó el monumental déficit energético argentino.
Los consumidores volaron a los concesionarios a comprar automóviles, las autopistas se colapsaron, la ciudad de Buenos Aires se convirtió en intransitable gracias al boom de consumo interno y lo barato que resultó "llenar el tanque".
La inflación alentó la "ilusión monetaria" de los aumentos salariales, cubiertos con altas tasas de emisión por parte del Banco Central.
La presión sobre los precios se trasladó a todos los sectores de la economía, excepto a aquellos que el gobierno reguló con puño de hierro.
En 2014, las necesidades de caja del ministro Kicillof, la ausencia de dólares (Argentina está en un nuevo default) y los miles de millones de pesos emitidos sin respaldo en divisas, presionaron a que YPF subiera los precios de los combustibles un 60% en lo que va de 2014.
En pocas palabras, no se pueden pedir "precios de mercado" en un modelo donde todos los precios relativos están distorsionados por la intervención estatal. Por lo tanto, podríamos esperar nuevos aumentos en el precio de las naftas para los próximos meses, en busca de descomprimir parcialmente la telaraña de subsidios que genera el déficit fiscal explosivo.